El viaje de Margarita

publicado en: Piedra, Cuentos Despistados | 0

 

Dicen que los humanos cuando nacen viajan “vía cigüeña”, pero las flores no, con las flores es otro cuento. Esta es la historia de Margarita. Una flor muy especial con una aventura muy especial.

La flor Margarita viajó “vía abeja”, y digo “vía abeja”, porque cuando era semilla se aferró a la pata trasera de una abeja que pasaba por la casa de su madre la flor MARGARITA LA GRANDE. Quizás por ir en busca de aventuras o quizás por pura casualidad, la flor Margarita inició su primer viaje de largo recorrido. (Transatlántico en términos humanos, para comprenderlo mejor)

Viajar pegada a la pata de una abeja tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes. En cuanto a las primeras podemos apreciar unas vistas maravillosas. Increíbles diría yo, pudiendo percibir toda la belleza de la naturaleza de primera mano. Unos paisajes llenos de miles de colores que fascinan a cualquiera. Margarita se aferraba a la abeja, mientras volaban atravesando valles y bosques, disfrutando de aquellos increíbles parajes. La abeja volaba feliz de un lado al otro, de un lado al otro, de un lado al otro…en otras palabras…haciendo zigzag …o en otras palabras zigzagueando o…creo que me estoy liando. Bueno, el caso es que Margarita empezó a sentirse mareada (efecto secundario de viajar en la pata de una abeja). Creo que a todos nos a pasado alguna vez cuando hemos “zigzagueado” demasiado, así que nuestra amiga no iba a ser menos. El caso es que el mareo se le fue subiendo a la cabeza o a la “semilla central”. Se asió con fuerza hasta que no pudo más y entonces se desprendió de su compañera la abeja con un grito (fuera del alcance de la acústica humana) y quedó echada a su suerte. Esto suena trágico pero no lo es tanto como parece…el caso es que la BRISA pasaba por allí y entonces suave meció a la semilla Margarita que empezó a deslizarse por sus toboganes invisibles. Se sintió más tranquila y su dolor de “semilla central” fue desvaneciéndose poco a poco. Entonces llegó el VIENTO que empezó a soplar con más fuerza. Margarita, con el aire veloz en su rostro, se sintió libre y aventurera. Después llegó el HURACÁN que sopló con una fuerza aterradora, sin ningún destino y dando vueltas sobre si mismo. Nuestra amiga empezó a girar y a girar sin dejar de gritar y se sintió mareada de nuevo. Muy mareada. Muy “zigzagueada”. Estaba a punto de perder la cabeza o “la semilla central”, cuando de repente el HURACÁN paró de soplar y girar. Pero no llegaron el VIENTO ni la BRISA. Simplemente paró. Cesó. Margarita quedó suspendida en el aire, por un momento, sin nadie que la sujetara y entonces cayó en picado aterrizando en el suelo. Allí permaneció sin saber donde estaba. Sin saber qué hacer, desorientada y con mucho frío. El tiempo pasó y la BRISA y el VIENTO la arroparon con un manto de tierra y entonces pudo descansar. Entonces durmió.

Lo que sigue ya lo sabéis. Creció y creció. Se convirtió en una flor Margarita preciosa. El amarillo y el blanco le quedaban realmente bien. Así se transformó en una flor con miles de semillas. Muchas de ellas se quedaron con Margarita llenando aquellas tierras de miles de flores, otras se aventuraron en las patas de muchas de las abejas que pasaban por allí y viajaron en el seno de la BRISA, el VIENTO y el HURACÁN, para vivir historias emocionantes y maravillosas, que se han ido transmitiendo de abeja a abeja o de flor en flor. Desde hace millones de años. Hasta ahora. Hasta aquí. Hasta siempre.

 

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