Mi tesis doctoral

publicado en: Piedra, Cuentos Despistados | 0

300955_2507983381559_800805470_nMe levanté sin ganas de nada. La mañana estaba tenue y descolorida. Parecía como si al mismo sol le costase estirar los brazos.

Mi tesis doctoral andaba sin pies ni cabeza y parecía interminable. Trataba de darle vida pero parecía que no dejaba resucitarse.

Supuse que no era mi cosa así que me desprendí de ella como hoja de otoño. Y no volví a dejarla entrar en mis pensamientos.

Sin embargo parecía que en mis sueños se colaba casi sin esfuerzo. Soñaba con ella como si fuese una montaña que no te deja avanzar en la vida ni en la muerte. Me fui dando cuenta que mi tesis doctoral era insuperable e indestructible y que nunca podría darle la estocada certera y la fui abandonando a su suerte. A mi suerte.

En mis noches seguía apareciendo como un monstruo de mil cabezas que te acorrala en las sombras. En el abismo de una vida cruel e impasible.

Era mi monstruo. Ese monstruo que te hace despertarte de repente en la noche y descubrir un río frío en tu frente.

Pero siempre hay esperanza. Siempre la hay. Y aquella noche soñé con mi infancia. Con aquella infancia plagada de monstruos que se apoderaban de la oscuridad de mi habitación. Monstruos de miradas horribles y miradas de odio. Serpientes y cucarachas gigantes que arrebataban la oscuridad de mi consciencia.

Tuve pesadillas que me arrinconaban en el abismo. En el sueño me desperté sudando y después con valentía me levanté y cerré la puerta del armario. Los monstruos se quedaron dentro.

Conseguí seguir durmiendo. Sin serpientes de lenguas bífidas que te acorralan. Sin ogros ni brujas despiadados. Sin sudor frío corriendo a chorros por todo el cuerpo.

Pude seguir durmiendo. Y soñando con la esperanza.

Aquel día mi tesis doctoral no fue tan enorme ni descomunal. Aquel día el monstruo se empequeñeció y no me escupió fuego nunca más.

Aquel día cerré la puerta de mi pesadilla y por fin…con valor…me enfrenté a ella.

Ese día mi monstruo soñó conmigo y siempre cuidó de mi y nunca jamás, nunca jamás de los jamases, volvió a crujir sus dientes terribles.

Texto: Jose Paniagua

Ilustración: Paula Cabildo

FIN

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