Su rostro parecía esconder historias en cada arruga. Había relatos de lobos que en las noches de luna llena aullaban hambrientos alrededor de la hoguera. Los lobos abrían sus grandes fauces mostrando sus afilados colmillos. Sus ojos desesperados brillaban en la noche confundiéndose con el resplandor que les retaba. El tío Paco permanecía en el centro sujetando una antorcha que iba moviendo en dirección a los desesperados animales que les rodeaban esperando una debilidad o un descuido para atacarlos sin piedad.
Las horas fueron pasando y los lobos aturdidos por la resistencia de aquellos hombres desistieron de aquella batalla marchándose con el rabo entre las piernas, desolados por la perseverancia de unos hombres que luchaban por sobrevivir.
El tío Paco contaba la historia sin alardes como si todos los que escuchábamos hubiésemos tenido esa experiencia alguna vez.
Al contar la historia, el tío Paco sentía una pasión castellana que no puedo describir con palabras. Se percibía nostalgia y sus ojos relucían como un relámpago, introduciéndose raudo en los corazones de los oyentes.
Recuerdo sus palabras y su mirada. Esa mirada atenta de sus ojos oscuros y pequeños que penetraban el alma de los que se interpusiesen en su camino. Recuerdo esas manos grandes y experimentadas que labrando la tierra desenterraron varios secretos de la madre naturaleza.
Hoy le recuerdo como un hombre afable, tierno y sabio del que sigo aprendiendo cada vez que una imagen suya se me aparece quedándose grabada como un recuerdo en mi corazón, haciéndole latir con el tic tac de una presencia infinita e indescriptible.
Text von: Jose Paniagua. Ilustration von: Paula Cabildo
marce
Que bonito recordar a Tío Paco a través de tus palabras. Tal vez viene de él tu vena de cuentero…
Jose Paniagua
Sí, bonito recordarlo con palabras.