Aquel nueve de agosto de mil novecientos noventa y ocho, un rayo de sol entró con fuerza a través de la ventana de mi habitación . La belleza de aquella ciudad, enclavada en un llano, me encandilaba, sobre todo, en las noches de verano. Una vez atravesado el arco en forma de estrella de la plaza Mayor, el mundo se transformaba y el pasado invadía la atmósfera. El medievo se presentaba delante de mi y yo parecía cabalgar en un corcel por sus calles empedradas.
Esa fue la primera vez que, como adulto, mi imaginación me disfrazó de un personaje de un tiempo pasado y así mientras caminaba, poco a poco, me fui sumergiendo en el medievo.
Fue en ese momento cuando, empecé a descubrir que en mis pensamientos quizás albergaba secretos de una vida pasada. Parecía que, de repente, se había abierto una ventana a través de la cual podía vislumbrar otro mundo. Fue así como empecé a viajar al pasado o al futuro usando sólo mi imaginación. Fue sólo desde entonces cuando empecé a abrir ventanas por doquier, pudiendo observar a través de ellas como iba transcurriendo la vida de personajes del presente, pasado o futuro.
Fue, desde ese instante, cuando me fue dado el poder de ver, sentir, tocar esas vidas para, sólo así, convertirlas en realidad y hacerlas invencibles.
Texto de: Jose Paniagua. Ilustración de: Paula Cabildo
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