Guerras, traiciones, venganzas, mutilaciones, torturas, egoísmos, …
Acostumbrados a convivir con estas palabras y su significado nos deslizamos por los toboganes de la vida. Así, nos adentramos en la rutina diaria, divisando un horizonte lejano donde habitan estas negras y oscuras palabras que son, por así decirlo, palabrotas.
Mi pensamiento cambió su ritmo aquella tarde de abril cuando a través de la ventana podía observar un cielo azul agradable y deslumbrante. Inconscientemente, mis dedos bailaban sobre el teclado con un ritmo magnífico y armonioso; en ese momento, mi mente o mi corazón (a veces no sé discernir quien es el que realmente me habla) desvió toda la atención sobre mis manos.
Ellas se compenetraban a la perfección y trabajaban sin fisuras, sin frustraciones, sin miedos…con una claridad pasmosa y coherente. Mis manos se solidarizaban la una con la otra y entre ambas parecía haberse establecido un lazo de unión inseparable. Colaboraban estrechamente y no se envidiaban, no se odiaban, no se agredían. Eran como seres independientes donde el respeto residía de forma natural y espontánea donde la paz no era un motivo de festejo debido a que… ¡Mis manos se amaban verdaderamente!
Ese día de abril azulado se convirtió en una revelación. Fue un día tan maravilloso que la vida parecía haberme ofrecido otra oportunidad. Un día para volver a nacer. Unos de esos días de lucidez, de comprensión desbordante. Un día mágico y completo.
Me llamaba Antonio Garrido Suárez y desde aquel instante, puedo decir, que sufrí una transformación Kafkiana impresionante. Tanto he cambiado que hasta mi nombre se ha esfumado en el aire. Se ha evaporado, quizás, en ese cielo azulado de esa tarde de abril. Actualmente, mi nombre se pronuncia al viento como Mano Incondicional Amante, pero (claro está) tú , amigo mío, puedes llamarme simplemente MANO.
Texto: Jose Paniagua
Ilustración: Juan Palacio
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