Lunas llenas han surcado el cielo sin benevolencia otorgando poderes malvados a las almas erráticas.
Cientos de años sin poder huir de la senda destinada. Una senda plagada de ira, instintos y violencia Cada día la rabia ha causado estragos y su agresividad le ha convertido en aquello que nunca antes habría querido ser.
Verídicus vendió su alma al diablo sometiéndola al castigo de la perdición y aquella maldición le hizo despreocuparse de la bondad enseñándole a bañarse en el mal sin reflexionar jamás sobre su conducta animal y alejándole, con el paso de los anos, de la humanidad del ser.
Así transcurrió el tiempo implacable sin detenerse y resquebrajando todo aquello que se encontraba,
existiendo infinitas transformaciones que lo balancearon a la maldad misma. Sin saber por qué. Sin preguntas ni miedos. Simplemente con esa actitud desafiante que no podría, nunca, tambalearse.
La luna ha surcado el cielo fiel y nuestro hombre ha seguido el camino del lobo con una fidelidad asombrosa. Y habría sido así hasta la eternidad de no haber sido por aquellos ojos inocentes que le devolvieron la vida. Aquellos ojos le amaron y le entregaron su dicha, aún sabiendo que podrían sucumbir en sus brazos a mano de sus instintos. Sin embargo, en ese momento, el influjo de la luna llena no pudo con el embrujo del amor o, mejor dicho, de la inocencia.
Esa noche fue el comienzo de la consciencia. Una consciencia que le ha hecho mirarse al espejo y escrutar cada instante de su pasado, haciéndole comprender que su vida estará plagada de miedos y angustias humanos, pero del que siempre podrá defenderse si se aferra a aquella mirada que le hizo saborear el don de la humanidad.
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