Si me miras a los ojos…lo mismo me ruborizo. No por temor a no responderte la verdad sino porque soy vergonzoso por naturaleza. Me ruborizo sin más. Se me enrojecen las mejillas y miro hacia otro lado como despistado. Como si no fuera conmigo. Es una sensación por la que todos, alguna vez, hemos pasado, una sensación rara e incómoda ¿Me equivoco?
Os voy a contar el mayor rubor que he conocido en mi vida:
Hace dos años mi amigo Gabriel, vulcanista, tenía que reunirse en con otros científicos en Madrid.
Debido a que era un hombre reconocido viajaba mucho alrededor del mundo realizando conferencias y simposios.
Aquel día de Mayo el calor empezaba a hacer mella en las calles de Madrid aunque todavía era soportable, y digo soportable para los autóctonos del lugar porque nuestro amigo Gabriel era de Asturias. Esta tierra es conocida por cinco cosas : La belleza del lugar, la gente hospitalaria, la temperatura más bien fría, la sidra y la fabada. Y como buen asturiano nuestro personaje en cuestión degustaba con satisfacción, en cualquier lugar del mundo en el que se encontrase, una suculenta fabada acompañada de una buena sidra.
Gabriel llevaba toda la mañana de reunión en reunión; sólo le faltaba debatir en una última comida los aspectos más significativos de las rocas metamórficas (tema interesantísimo en cualquier comida de la “vida cotidiana”). Así, se reunieron, como de costumbre, en aquel restaurante de la Gran Vía.
La reunión comenzó con los entrantes. Y entre entrante y entrante discusiones a cerca de las diferentes variedades de rocas metamórficas. Y así se debatían en interesantísimas e incomprensibles charlas.
Después llegó el plato principal: Tipos de volcanes. Y con éste le llegó a nuestro amigo Gabriel su queridísima fabada. La degustó en un santiamén y sin casi respirar.
Por último, el postre. Helado debido al calor que empezaba a apretar.
Minutos después, Gabriel empezó a sentir el calor y con ello unos vaivenes en su estómago. Pensó que sería pasajero pero empezó a agitarse, a mezclarse, a desajustarse. Después su cara se tornó blanca y más tarde roja. Parecía debatirse entre la vida y la muerte y parecía producirse una lucha interna con cada cambio de color. De repente, un rumor en el estómago tal como
broom
broom
broom
broom
¡BROOM!
Unos sonidos, al principio, imperceptibles
que empezaron a hacerse audibles…muy audibles.
La conferencia había seguido su curso pero en un momento…todas las miradas se clavaron en nuestro amigo Gabriel. Él no sabía que hacer. De repente salió y desapareció.
Dicen las malas lenguas que cambió de trabajo. Que no se le ha vuelto a ver en reuniones de vulcanología europeas, nacionales, regionales o locales. Parece ser que ahora a cambiado de trabajo y parece ser que jamás a vuelto a degustar una fabada…por lo menos…en días de calor.
Texto: Jose Paniagua
Ilustración: Juan Palacio
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